Garçon, un café s’il vous plaît!

Para Sonia De Sevilla no había en el mundo nada más importante que asistir los días viernes de cada semana a la reunión de egresadas del setenta y nueve que tenía lugar en el Café La Rue en el barrio de Recoleta. Desde hacía treinta y seis años que iba allí sin falta, pero el último viernes sucedió algo insólito: cuando el mozo de siempre, con el uniforme de siempre se acercó a la mesa a cobrarles la merienda de siempre, el valor del café fue otro. Cincuenta pesos. Cincuenta. Sonia había llevado cuarenta y cinco con la idea de no gastar más de treinta en el café y, sin embargo allí estaba el ticket, eso era lo que debía pagar. Avergonzada, debió pedir a sus ex compañeras que por esta vez la cubrieran con la cuenta ya que, en un descuido, había olvidado sacar dinero en efectivo. Con algo de sorpresa sus amigas completaron su parte, y ella volvió a disculparse por el inconveniente.

Con la inflación todo subía de precio: la harina, la leche, el azúcar, los zapatos, las medias, los corpiños, el gas, la luz, el alquiler, las expensas, el lápiz labial, el perfume, el transporte, los favores, los paseos y ahora también el café La Rue. Indignada, lo primero que hizo al volver a su casa fue hacer cuentas para calcular, con la jubilación que cobraba, cómo haría para llegar a fin de mes. Cuando decidió ir a la cocina para hacer una pausa, descubrió que la leche estaba en mal estado. La heladera ya no enfriaba, de nada había servido hacerla reparar el mes anterior. Parecía que en su ausencia había habido un corte de luz y el enchufe había entrado en cortocircuito, por lo que hizo malabares con la comida para llevarla al departamento de al lado, donde, por suerte, siempre podía contar con Javier, el hijo del encargado.

Si utilizaba su tarjeta de crédito en una heladera nueva, y limitaba su vida a una dieta estricta y a paseos por la plaza, aún lograría asistir los viernes que quedaban del mes a los encuentros de Licenciadas. Por lo que pudo ver en las revistas de promociones que había en la casa de Javier, debería esperar al martes para obtener los imprescindibles descuentos en electrodomésticos.

– Hace unas horas –explicó Javier –hubo un bajón de tensión, es una suerte que no le haya pasado nada más grave, ¡A la del quinto le explotó un microondas!

Luego de agradecer a Javier, Sonia volvió a su departamento y se sacó los zapatos y las medias para retirar los estantes de la heladera de modo que, cuando Javier pasara a buscarla a la mañana siguiente, pudiera llevársela con el mínimo esfuerzo. Al remover el último estante y, mientras se alejaba del electrodoméstico con la mente fija en cuentas imposibles de calcular sin calculadora, el agua en el suelo generada por el deshielo del congelador hizo que resbalara y cayera de espaldas dentro de la heladera. La puerta se cerró y, al tratar de aferrarse a algo para incorporarse, giró sin querer la rosca que configuraba el nivel de enfriamiento. Una intensa ráfaga de frío entró por sus ojos, orejas, boca y nariz; el pecho se le congeló, y durante unos instantes no pudo sentir sus piernas. Como por inercia, la rosca volvió al mínimo por sí sola y Sonia abrió la puerta de una patada. Al salir se puso a toser: tenía mucho frío. “Habría sido causa de los paquetes de gel, ya que la heladera seguía desenchufada”, pensó. Con ambas manos se frotó los brazos y pequeños pedacitos de escarcha se desprendieron de su cuerpo. Con cuidado de no volver a patinar con el agua, fue a calzarse al dormitorio: tenía los pies helados, pero el agua ya no estaba allí, el suelo estaba seco..

Sonó el timbre.

– ¿Sí? –dijo Sonia.

– Buen día, señora, soy Javier.

Ella abrió la puerta.

– ¿Pasó algo?

– Vengo a llevarme la heladera, me dijo que pasara temprano… -Javier se calzó unos guantes de albañilería y entró.

Confundida, Sonia dijo:

– ¿Es una broma? Si acabo de dejar las cosas en tu departamento…

– ¿Se siente bien? –preguntó Javier al ver el desorden y la escarcha en el suelo –. Son las ocho de la mañana…

Sonia se quedó inmóvil un segundo y, luego se asomó a la cocina para corroborar que el reloj de pared marcaba las ocho.

– Todavía no terminé de vaciar el congelador, ¿te molestaría mucho pasar mañana?

– No se preocupe, señora, yo la ayudo.

Javier se metió en la cocina, y al verlo apoyar sus manos en la heladera para moverla, Sonia lo detuvo.

– ¡No! Me arrepentí… voy a llamar a alguien para que la vea, creo que todavía se puede salvar.

– ¿Está segura?

– Sí. Disculpame…

– Bueno, llámeme cuando quiera pasar a llevarse la comida.

– Sí, sí. Gracias…

Al salir del departamento, Javier murmuraba palabras que con seguridad no eran amables; Sonia cerró la puerta y volvió a la cocina para corroborar de nuevo la hora. Había perdido dieciséis horas. 

Era justo lo que necesitaba, así lograría llegar al café de cada viernes sin tener que pedir dinero prestado. Sólo debía tener cuidado de utilizar el recurso en casos de extrema necesidad. Era fantástico, se había saltado la cena y el desayuno y no tenía hambre. Si calculaba bien podría pasar el fin de semana sin gastar un centavo, con lo que ahorraría lo suficiente como para devolver el dinero que debía e incluso tomar otro café en La Rue.

Tras limpiar el suelo, colocó el reloj sobre una mesa justo frente a la heladera para poder ver las horas pasadas luego de cada incursión. Se puso la ropa más abrigada que encontró en el armario y apagó todas las luces del departamento, desenchufó todos los electrodomésticos y cerró todas las llaves de paso de agua. Sonia se metió en la heladera y cerró la puerta tras de sí. Debió pensar unos segundos para decidir el nivel de frío, ya que durante el accidente no había prestado atención a cuánto lo había llevado. Giró la rosca despacio hasta alcanzar el nivel uno y la ráfaga de aire helado volvió a soplar. Cerró los ojos y aguardó unos instantes. La rosca por sí misma volvió a cero. Sonia abrió la puerta y miró el reloj: eran las cuatro de la tarde.

El viernes siguiente Sonia se dio el gusto de esperar a sus amigas con un café ya servido. Eloísa y Daniela elogiaron su corte de pelo y Verónica se enamoró de su nueva cartera negra bordada con piedras brillantes. La tarde fue un éxito y Sonia volvió a su casa llena de alegría. Había vendido el televisor, el sofá del living y la mesa baja porque ya no necesitaba perder el tiempo en aquél lugar. Sentada en el suelo, disfrutó en calma de los gratos momentos que acababa de vivir. En el grupo ya no era una más, ahora sus amigas la valoraban, compartían su gusto estético y, lo que era revelador, también padecían la penuria económica del país, ya que a la mayoría se le iluminaron los ojos cuando llegó el café y no tuvieron que pagarlo. Había sido un buen gesto, estaba contenta consigo misma.

Por desgracia, el viernes siguiente sucedió por fin algo inevitable:

     – Me voy, chicas –dijo Jazmín.

     – ¿A dónde? –preguntó Eloísa, distraída.

    – A General Rodríguez, vuelvo a la casa de mis padres. La jubilación no me alcanza para vivir en la ciudad, la inflación está peor que nunca y mi hermana ya no quiere enviarme dinero, quiere que vuelva con ella.

     – Parece que así se rompe una tradición de tantos años…

     – ¿Y si te conectás por Internet?

    Jazmín se iría para no volver. No es que nadie la quisiera tanto como para encontrar en aquello el fin del mundo, pero por primera vez en veinte años la hermandad tendría una ausencia. Ni siquiera cuando las más jóvenes quedaron embarazadas se permitieron faltar más de dos viernes seguidos. Esto era algo nuevo y a Sonia no le gustaba nada.

Dos viernes más tarde, Jeannette dijo delante de todas:

   – Me voy a vivir a París y seguiré nuestra tradición del otro lado del mundo, en el verdadero café La Rue.

   Con esta frase, que señalaba que durante más de veinte años los encuentros se habían mantenido en un “falso” bar francés, todas enmudecieron. Ya nadie quería terminar su café. Eloísa y Daniela cuchicheaban entre sí: Si Jeannette tenía dinero suficiente como para ir a vivir a París si así lo deseaba, las demás no podrían darse ese lujo. Sonia, de pronto, dio un golpe en la mesa:

    Si Jeannette quiere irse está en todo su derecho, pero no por eso vamos a dejar de vernos nosotras. ¿Verdad? 

    – Chicas, tengo algo que contarles… –dijo Verónica. –Hace unos días me diagnosticaron cáncer.

    El viernes siguiente, Verónica no se presentó y Sonia hizo cuanto pudo para que no se hablara del tema, ya que aquella ausencia la dejaba como líder del grupo. La muerte era un tópico incómodo, más a su edad: Sonia había leído en una revista que las mujeres mayores de cincuenta años obsesionadas con el final de las cosas tienen un mayor índice de probabilidades de envejecer y morir antes de tiempo. Hablar de la muerte era algo tabú. Fuera como fuese, la ausencia de tres integrantes del grupo se sentía en el tono lúgubre del encuentro.

     Fue Eloísa quien rompió el hielo al hacerle a Sonia la pregunta que todas las demás se habían guardado sin atreverse a formular:

     – ¿No tenés frío con esa blusa nada más?

     Afuera, la gente caminaba abrigada hasta el cuello: ya había llegado el invierno. 

     – ¿Frío? –dijo Sonia distraída. –Debe ser la edad… la verdad que ya no siento nada.

   Eloísa asintió y no volvió a mencionar el tema. Sonia suspiró: ya ni sabía en qué mes estaba. Había dado de baja la luz y el gas; debía varios meses de expensas y el país mantenía una constante y progresiva devaluación. No había nada que hacer: comía afuera diez veces al mes y lo demás se le iba en el café La Rue, en ropa y peluquería. Luego debía congelarse, lo que no era bueno: en la lavandería había tenido que pagar un recargo de una semana cuando fue a retirar la ropa, ya que para ella había pasado sólo una hora.

   Verónica falleció y Sonia decidió no ir al funeral; ya no podía calcular cuántos meses habrían pasado, y para ella habían sido sólo unos días. Las chicas parecían más arrugadas que nunca y ella debió excusar el estado de su piel gracias a la aplicación de una crema que se había hecho traer de Alemania. Para mantener la alegría del grupo, cada viernes Sonia acudía a los encuentros con ropa nueva que más tarde vendía a un precio menor, pero por más esfuerzos que Sonia hiciera no podía detener el tiempo y al fin sus amigas de siempre dejaron de ir a La Rue.

     Sonia pensó que, para terminar con el sufrimiento, bastaba con no congelarse por un par de días. No tenía a quién pedir ayuda y la idea de utilizar la heladera por turnos con sus amigas era descabellada. 

     Algo estaba mal en el mundo en el que le había tocado vivir. 

   Una tarde, en mitad de un paseo por la plaza, Sonia tuvo la repentina sensación de haber vivido en una realidad falsa, de cotillón, superficial, barata, genérica, vacía… se había quedado sola pero no podría fallecer en paz con esta sensación interna de haber vivido una mentira: tenía que ir a tomar un café en el verdadero Café La Rue de París. No tenía dinero como Jeannette, pero sí tenía el mismo derecho que ella de pasar sus últimos días en un lugar auténtico.

    “Dicen que si se arroja una botella con un mensaje desde el puerto de Buenos Aires, luego de varios años de danzar entre las olas, si la intención es auténtica, las corrientes marinas lo llevarán a través del océano hasta su destinatario”, Sonia creyó recordar que aquella frase provenía de un tango escuchado en su infancia y fue así que una mañana de agosto, cuando los vientos fríos del Norte empujan la corriente oceánica hacia el Este, Sonia de Sevilla, en desafío a todos los consejos ahorristas del país, arrojó su suerte dentro de una heladera averiada y se dejó llevar por las olas del Río de la Plata con tan sólo un verso de algún tango olvidado y cinco euros para el café.

Isaac Casimov

Bájese quien pueda

– Son todos así, te levantan la mano y te caminan hasta la mitad de la calle como si fueras un ciego del orto. Igual eso no molesta… lo que rompe las pelotas es el trato, como si uno fuera un sirviente que tiene que estar ahí calladito, haciendo su trabajo. “Tres con cincuenta”, “Tres con veinticinco”, “Tres con cincuenta”. Insoportable, un mismo tono monótono que pareciera que fueran todos el mismo pelotudo. Les cambia el peinado, la pilcha, la manera de pasar la tarjeta, pero siempre dicen lo mismo. Por eso se extrañan las monedas, porque la gente tenía algo más para decir y se podía llegar no sé si a una conversación pero a algo. Hoy en día, si no sos vos, que te conozco desde chico, no me queda con quién charlar. ¿Te acordás la primera vez que te levanté? Tenías guardapolvo, eras un mocoso así… por acá me llegabas. Y ahora laburás como yo, cómo pasa el tiempo.. Pero yo ando medio cansado ya de esto… ¡Eh! ¿No ves que te puse el guiño? ¡Casi me arrancás el espejo! No se puede creer, mirá, encima me toca bocina. Es que ya nos conocemos, esto es así, bocina para putear, bocina para pedir permiso, bocina para todo. Y nadie se calienta, yo trato de ponerle un poquito de humanidad al asunto, de trato humano. ¡La puta que me parió! Perdonen, se puso en rojo. ¿Están todos bien? ¿Ves? Trato humano, eso hace falta para laburar bien en la calle, que dicho sea de paso, las calles están cada vez más hechas mierda. Yo no sé si es culpa del Gobernador, del Intendente o del Presidente de la Asociación de Pavimento, pero lo que veo todo el tiempo es que no cumplen una mierda. Ya me sé todos los pozos, pero siempre hay uno nuevo, y cuando empiezan con uno al que ya te habías acostumbrado tenés que hacer fuerza con los brazos todos los días por diez meses hasta que lo arreglan, y ahí ya quedás con los brazos de He-Man, así de gordos, listo para bancarte el pozo del gobierno que sigue. Es una tortura. A mí esta línea me gusta porque casi no tiene calles chicas, hace unos años manejé en la ochenta y siete y había un par de vueltas que eran, no sabés, milimétricas para doblar, calles angostas y nada, o lo hacés o lo hacés. Yo en todo este tiempo no choqué ni una vez, en mis diez años de chofer, ni una sola, lo que debe ser un récord en el rubro, debo estar entre los tres primeros de la lista. Cuando Julio cumplió veinticinco años de laburo sin haber tenido ni un solo accidente le regalaron una torta. Un amor ese Julio, tranquilo, callado, sereno. Nada que ver conmigo, aunque a mí este trabajo en realidad me aburre un montón… pero no hay otra, no hay vuelta que darle, hace tiempo que soy chofer. Chau, chau, que sigas bien. No te preocupes que yo la sigo solo, ni me doy cuenta que te fuiste. Ja. Qué pelotudo que soy. Es que la tarde se va, empieza la nochecita y me pongo romántico. ¿Señores pasajeros, me aguardan un segundo, por favor? Me parece que tengo mal una goma, es un segundo nada más. La puta que me parió, a ver… mmm sí, esta goma está un poco desinflada -, pero mientras me agacho para mirar el pico- “Piruvín Piruvero”. Bueno, no era nada al final. Voy a acelerar un poquito para compensar, espero que sepan disculparme. ¡Uopaa! Mirá cómo se puso en rojo, qué hijo de puta. ¿Están bien? Más vale, si frené justo; qué calor, voy a abrir un poco mi ventanilla. Sí, ya sé que estamos en invierno pero necesito ventilarme un poco. Estamos como a veinte minutos de la terminal pero vamos a llegar en diez, ahí vamos. ¿No les gusta ese sonido? Qué máquina… Ya va, ya va. ¡Ya va, ya va! Ahí está, señora, me pasé un poquito. ¿Quedó alguien atrás? ¿A dónde vas? Está bien, pero ¿a dónde vas? No pasa nada, te dejo ahí, agarrate… Y acá doblamos en esta y listo, ¿qué tal? Mejor imposible. ¡Uff qué calor la concha de mi madre! Listo, listo. Hola, ¿lo dejo por acá? Lo dejo en el fondo, así no jodo al que viene atrás, que quedó rezagado. ¡Vamos Argentina! Un cafecito, por favor con mucho azúcar. Bueno, le pongo yo. Gracias. Ahí estoy. Genial. Permiso, paso al baño. “Piruvín Piruvero”. ¡Ahora sí! Ahora sí. Buenas, ¿cómo va? ¿qué tal estuvo la tarde? Movidito hoy, ¿no? Dejámelo así nomás que yo me arreglo, Lucho. Gracias por venirte hasta acá otra vez. Móvil dos cero catorce confirmo viaje Scalabrini Ortiz y Paraguay, estoy a dos minutos, cambio. Gracias, Mabel. Y… acá estamos. Hola, qué tal, ¿quiere dejarlo en el baúl? Como usted prefiera. Linda noche, ¿no? Ni me lo diga, ¿cómo salió? Mañana jugamos nosotros. Qué maravilla el fútbol, cómo me gusta… No, jugar no sé, pero de pibe siempre iba a ver a mis compañeros para escapar de las clases. No, yo era muy malo. Una vez metí un gol de cabeza en un corner. No, porque fue en contra, cabeceé para el otro lado. Es que en esa época no se entendía bien el juego, la gracia era meter gol y ya. Después no volví a jugar. Perdone, perdone… ¿A dónde vamos? Espere que le pongo el reloj, ahí estamos. En un ratito estamos ahí, ¿está apurado? ¿Le molesta si nos relajamos un poquito y pongo algo de música? Gracias. Abro un toque la ventanilla, si no le molesta. Ahí va, ahí vamos. Vamos Argentina, carajo… Ay, ay, la puntada que me dio acá, no, no, estoy bien, no se preocupe. Doblo en esta y llegamos, no se preocupe. Ahí está, son treinta y siete pesos. Aquí tiene el vuelto, gracias. La puta madre, qué puntada… Debe ser algo que comí, chau, chau. Bueno, a ver si nos ponemos serios que esto es un desastre. Ojos adelante, bien abiertos, todavía veo las luces, las luces… Pero qué hijo de puta que soy. Ahí va. Ahora sí, ¿Hola?, ¿Hola? Móvil dos cero catorce confirma viaje Las Heras y Coronel Díaz. Sí, ya terminé con ese viaje. Vos me conocés, Mabel, yo trabajo, no soy como los otros vagos, cambio y fuera. Y qué fuera… Casi rompo la radio, qué pelotudo que soy la puta madre. Uh, me sube otra vez, qué zarpado es esto. Hola, buenas noches, buenas noches. ¿A dónde va? Muy bien. ¡Ala Delta!. Discúlpeme, es la canción de Divididos, me gusta mucho. Le bajo el volumen, no se preocupe. Claro… están terribles estos trapitos. Igual, ¿sabe qué es lo que más me revienta? Con todo respeto se lo digo… los bondis. Esos monstruos del asfalto, que ocupan todo el espacio y no te dejan ver nada. No sé a qué modelo de gobierno pertenecen, yo sólo sé que la ciudad es demasiado chica para sus maniobras, ¿me entiende? ¡Mírelo a ese, mírelo! ¡Toda la calle se cruzó, qué hijo de puta! Pero claro, ¿entiende? Tenía el guiño puesto. Claro. ¿Por acá está bien? Ah, la otra cuadra. Muy bien. Cuarenta y tres pesos. Aquí tiene el vuelto, muchas gracias. Cierre con cuidado por favor. Bien, bien. Hola, hola, está desocupado, siéntese. ¿Para dónde vamos? Ay, la puntada otra vez. Es que no me puedo reír, ¿Cucha Cucha, dijo? ¿Cuchá Cuchá qué? ¿Qué querés que escuche? Ja, perdón, es que ya es tarde. Ay, la puntada. Bueno vamos, vamos, vamos, ¡Vamos Argentina, carajo! Ya sé que hoy no juega, es mañana o ¿no? Uruguay, un partidazo. Sí, me gusta el fútbol. Ajá, ajá… sí, pero no tanto, eh. Si vamos a las estadísticas y los números me pierdo. Espere, un segundo. Creo que pinché una goma. Puta que me parió. Sí, está bien, -y cuando me agacho a mirar el pico- “Piruvín Piruvero”. No era… No era nada, estamos bien. Esto va acá. ¿Cuál era la dirección? Bien. ¿Qué calle es ésta? Ah perfecto, sigo acá derecho y agarro por Corrientes y estamos. Sí, sí, es un toque… Un toquecito. ¡Vamos Argentina, carajo! ¡Pero fijate pelotudo por dónde vas! ¡Te hice luces, te hice luces! No se puede creer, uno está trabajando y estos se ponen a dominguear a las tres de la mañana. ¿Te molesta si apago la radio? Verde, verde, verde… no ¿sabés? La voy a poner de vuelta, necesito un poco de música de fondo. ¿Viste cuando no te soportás a vos mismo, porque no dejás de maquinar? Es que mi mujer se quedó sin trabajo y yo estoy haciendo horas extras para compensar, un poco pero no alcanza, nunca alcanza. Y con la inflación menos. Aumenta todo, todo sube y sube y uno se queda ahí abajo, bien chiquitito, como para que alguien venga y lo pise. ¿Tan rápido? Son treinta y nueve pesos. Gracias. Mabel, cuchá, cuchá, estoy en Cucha Cucha y Planes, ¿tenés planes para hoy? Yo planeo seguir laburando hasta que se me rompa el reloj. A Sarmiento y Franklin entonces, cambio y fuera. Creo que voy a vomitar. Acá no… acá no… acá no… acá sí.

Ah, no, es increíble, pero mirá ¡qué groso el amanecer en Constitución! Nunca lo había notado. La luz entra justo, mire, mire, por entre medio de ese linyera y ese travesti y le da justo al capot del auto, asombroso. Sí, ya se puede bajar, ahí le abro el baúl, tampoco se inquiete. La verdad es que tengo que agradecerle por haberme alcanzado hasta acá para presenciar este momento mágico. Dos pesos de propina… ¿Quiere que le suba el equipaje al micro también? ¡Miren todos! ¡Miren! ¡Dos pesos! Ay, la puntada, la puntada. Tengo una hora y media nada más. Bueno me tiro acá un rato y ya fue. Uh, qué tarde que es la re puta madre… Es amarillo, amarillo, amarillo, naranja, rojo. Un café, necesito un café y dormir un poco, pero no, no tengo sueño. Qué lindo aire fresco… ¡Piruvín Piruvero se me vuela el sombrero! Hola, ¿ya está? ¿No llego a tomar un café? Bueno, bueno, salgo nomás. Pibe, ¿qué hacés otra vez, cómo va eso? Yo estoy bien, hace tanto que no te veía. ¿Te acordás la primera vez que te subiste? Eras un mocoso así, por acá me llegabas. Ibas a la escuela de guardapolvo, ¿te acerco al trabajo? Sí, ni me hablés, es la crisis, que nos afecta a todos, siempre es así. Es Argentina. ¡Vamos Argentina, carajo! Mañana juega, ¿no? ¿Hoy? Me lo pierdo, no te puedo creer, qué mala leche… Igual hay cosas peores, por ejemplo los taxis. Son terribles los taxis, todos en fila, uno atrás del otro, ocupándote el espacio para parar. ¡Guarda! ¿¡Pero qué hacés, pelotudo, no ves que ahí tengo la parada?! Increíble. Me está entrando una lija… ¿comiste algo vos? Haceme una gauchada, bajate acá y comprame un sándwich ahí en la esquina que con el apuro esta mañana no comí nada y no puedo manejar con el estómago vacío. Gracias. ¡Está bueno, eh! Le faltó mayonesa, pero está bueno. ¿Qué te decía? Ah sí, la crisis, empezó cuando Isabelita tomó la presidencia. Después de eso las cosas se pusieron patas para arriba, los que estudiaban empezaron a afanar, los que laburaban empezaron a afanar y los que afanaban se quedaron sin laburo y se hicieron policías. Una cosa de locos, y yo acá  manejando sin entender nada, confiando en mis compañeros. Vino la dictadura y todo fue lo mismo, pero ya no podías confiar en nada ni en nadie, tenías que tener cuidado de todo. Después vino Alfonsín, pero duró poco. Y después Menem, que sí fue una fiesta. Todos pensamos que íbamos a estar mejor pero no, la cosa se puso peor todavía. Yo en realidad quería ser músico, toco la viola, es mi pasión. Pero ni bien terminé mi primer tema, se embarazó mi mujer. Cuando perdió el pibe ya no quisimos volver a intentarlo y así dale que dale, la vida te golpea como ese hijo de puta del doscientos seis cruzando en rojo. Qué va a escuchar… ¿Viste cómo pasó? Esas son las cosas que me hacen enojar ¿ves? La gente que piensa que porque la vida es injusta tiene derecho a pasarte por arriba. Detestables trepadores del sistema, alimañas del asfalto, comadrejas de oficina. Los odio a todos. Ay, la puntada otra vez. Señores pasajeros, me parece que pinché una goma, así que les voy a pedir unos minutos de paciencia. -Y cuando me agacho a ver el pico- “Piruvín Piruuuu-” Uh, se me cayó a la mierda. Es talco, es talco, sale fácil del vidrio, ¿ve? Y de la manga de la camisa también. Piruvero. Ahí está. Qué tarde que es, ¿es de mañana, decís? Tenés razón, qué pelotudo, si acabo de salir. ¿Ya te bajás? Tenés razón, ya casi estamos. ¿Se lo dejo al fondo? Regio. Permiso. Sí, estoy bien. Tenés razón, este es el lado del acompañante, bajate que ahí me cambio. Sí, estoy seguro. Qué va si recién amanece… Estos colectiveros son terribles, los detesto, no me dejan ver la calle. Dale, dale… Buenas noches, señora, ¿a dónde vamos? Muy bien, cómo no. ¡El partido! ¿Cómo salió? ¿Ayer? ¿Pero cómo terminó? Ah, ganamos, bien, me alegro, menos mal. Venían jugando medio medio, me diste una alegría. ¿Por acá está bien? Gracias por el cambio. Movete del camino, chinito, porque te aplasto. Ahí fue. Qué bien que saltan los chinos con la bocina, qué cosa de locos, como en las películas pero en la vida real. Flaco, ¡flaco! ¿Me decís la hora? ¡Uh! ¿Me das un mordisco de ese pancho? Pero dale, no seas malo. Dale, flaco, no te alejés, no seas amarrete. Andate a la puta que te parió. ¿Sabés lo que falta para que cobre? Y ya vienen las expensas, me quiero matar. Es increíble, nunca llego a juntar nada de plata, no sé en qué mierda gasto tanto, la puta madre. ¡Pará! “Piruvín Piruvero”. Ahora sí, necesito un pasajero. Necesito un pasajero, Mabel. Gracias, Mabel. En camino, cambio y fuera. Ya sé que usted no se llama Mabel, no estoy hablando con usted señora, son tres setenta y cinco ahora. ¡Necesito una línea, necesito una línea ya! ¿Tres con cincuenta? Ah, sí, sí, sí, sí, listo. ¿Siguiente? ¿Pero cómo? ¿Esto no era un taxi? Necesito dormir. ¿Dónde está Piruvín? ¡Emergencia! ¿Dónde está Piruvín? Señores pasajeros, se les informa que el coche estará detenido por problemas técnicos. ¿Mabel? Sí, sí, ya casi estoy. ¿Dónde está Piruvín? Nada, Mabel, estoy hablando con mi mujer por teléfono. Cambio y fuera. Dónde puta madre lo puse, ¿por qué no está en la guantera? Tengo que conseguir más. Buenas noches, ¿para dónde va? Por casualidad, ¿no tendrás un porrito para convidar?, ¿no, pibe? Ah, ¿no fumás? Ah… es largo el viaje hasta Retiro. ¿Te molesta si pongo música? ¡La puta madre! Perdón, no lo vi… Manejan como el orto a esta hora. Sí, encima los tacheros son lo peor, todos en fila, poniéndose en la parada, no dejan subir a los pasajeros. Ya sé que esto no es un colectivo, ¿qué me viste, cara de pelotudo? Ya casi llegamos y no me hables más por favor que estoy sensible. Si ves una birome con una carita sonriente por la parte de atrás del coche, ¿me la pasás? Me la regaló mi mujer. Dale, fijate bien, entre el respaldo y el asiento puede haber quedado en alguna frenada. Claro, sí, debe ser eso. ¿Nada? No importa, llegamos, bajate que busco yo. Sí, sí, dejame la plata ahí. No está, ¡No está! Tranqui, tranqui, debe estar en el bondi, en el retrovisor. Justo voy a perder a Piruvín. El único compañero que tengo en la vida. En las buenas y en las malas siempre está conmigo. Piruvín, Piruvín. No, no estoy llorando, señora, ¿a dónde va? Sí, la llevo, no hay problema, póngase el cinturón. Mire qué rápido amaneció. No me joda, no me joda que estoy sensible… ¿Es el atardecer? ¿Tres con veinticinco? Bien, tres con veinticinco para la señora. ¿Por casualidad no vio una birome en el suelo cerca de la puerta cuando subió? Entre los escalones. Señores pasajeros, ¿alguno vio por casualidad una birome con una sonrisa grabada? Fíjense, les pido un momento de solidaridad, me la regaló mi mujer, puede haber caído debajo de los asientos. Sí, es gris ¡la encontró, señora, la encontró! Pásemela. ¿Se baja ahora? ¿No espera la parada? No, claro, es un taxi, sí, cómo no, bájese. Ay, Piruvín, qué suerte que te encontré. Hola, pibe, dame un segundo que ya te abro. Uh qué hijo de puta ese taxi viene en contra mano. Le hago luces pero no para. Señora, ¿no se bajó todavía? ¿Qué colectivo? Ah, lo conozco a ese chofer, ¿es Lucho?, ese es… es… ¡Ese soy yo!: Piruvín piso el freno, Piruvero me maté.

Isaac Casimov